lunes, 16 de noviembre de 2009

Lo que la ensalada no se llevó

Historias, todas. Qué buenas son las historias. Tienen eso que no es "¿Qué hiciste el finde?" sino que llegan a vos con una manufactura más interesante, la que con sucesivas consultas con la almohada se va poniendo mejor.

Vienen teñida del otro, a su manera, si, pero si la dejás, la historia te salpica, te mancha y se queda con vos para siempre.
En algún lugar, te doy mi palabra, se queda.

Y las mujeres no sólo juntamos muchas historias, sino que las compartimos, comida y bebida de por medio.

Y ahí tenés, amiga, el rollito de todas las historias que vas acumulando.

El que juntaste cuando te deprimiste, el que bajaste cuando te volviste a deprimir y el que recuperaste cuando ya no pudiendo contener la risa lo contaste con una decoración impecable alrededor de una mesa.

Moldealo, OK. Pero que se quede ahí.

Que cuando lo tengas enfrente, lo agarrás bien fuerte y a lo guaso le decís: ESTE, es para vos.

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