domingo, 27 de julio de 2008

Todas las mañanas... no, para qué mentir. En realidad ni siquiera las mañanas.
Alguna vez me pregunté qué hubiera sido de mi vida si en lugar de haber nacido en un hospital de Misiones que ya tiraron abajo, y no hubiera crecido en un pueblo al que volver es ir por primera vez, si mis papás no hubieran vendido aquella casa de La Plata que compraron, pero en la que nunca vivimos.....

Sucede que podría haber nacido en Buenos Aires
o podría haber crecido en La Plata,
o podría haberme quedado en el pueblo,
y sin embargo, el lugar que ocupo en el mundo es resultado de demasiadas casualidades.

En realidad es culpa de trabajos que fueron surgiendo, que ahora mi infancia es un recuerdo que parece un sueño que pude revivir 8 años más tarde y que en aquel momento y una vez más, me pareció que soñé cada instante de mi estadía.

También tengo recuerdos de una maestra gorda que me ayudó a terminar tercer grado en clases particulares, envidiando a mi hermano que todavía no empezaba primer grado, y se quedaba tomando la leche con galletitas Lezama, viendo un programa de televisión que me encantaba y que nunca más volví a ver.
Y creo que era verano, porque la maestra siempre estaba transpirando.

Hace unos años mi abuela me dijo que se murió.
Y recordé el olor de esa casa, en la que practicaba conjuntos y tablas de multiplicar, con la persiana medio baja, una penumbra calurosa, y el olor de agua salada tibia que emanaba mi maestra.

Olores. De la niñez por sobre todo recuerdo olores.
El olor de la tarde mirando la tele.
El olor del café con leche.
El olor a nonos que había en la escalera.
El olor de la maestra.
El olor de las casas de mis mejores amigas en Corrientes.
El olor de tardes en el río Paraná.
El olor de la arcilla que reemplazaba a la arena.
Y el olor de mi maestra y de su calurosa casa en penumbras.


Será que tal vez son los olores los que separan a los sueños de la realidad.